Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100354
Legislatura: 1893
Sesión: 18 de Junio de 1894
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 150, 2913-2917
Tema: Tratados de comercio y relaciones comerciales con Alemania y otras Naciones

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros continúa en el uso de la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): He de empezar haciendo gracia al Senado del resumen de mi discurso del sábado, porque no tomando yo notas para contestar, y no teniendo el mal gusto de leer después lo que he dicho, me sería muy difícil hacer un resumen; pero aun cuando me fuera fácil, no lo haría por creerlo de todo punto innecesario y no querer contribuir a perder el tiempo, ya que, por desgracia, tanto se pierde en estos debates.

Al terminar las horas de Reglamento en la sesión anterior, no quise aceptar una prórroga condicional. Entonces me estaba ocupando de uno de los cargos que el Sr. Duque de Tetuán dirigió al Gobierno, llamándole antiparlamentario por no contar con la mayoría del Senado; asegurando S. S. que el Gobierno vivía de la confianza de la Corona y de la benevolencia de un Gobierno extranjero.

Yo no sé si el Sr. Duque de Tetuán ha reparado bien en la conjunción peligrosa que establece entre ambas frases. ¡La confianza de la Corona y la benevolencia de un Gobierno extranjero! ¿No comprende S. S. lo peligroso de esa frase y los peligros de esa conjunción?

Pero no me extraña porque cuando para resolver una dificultad verdaderamente interior del Senado, dificultad que no tiene precedente, el Sr. Ministro de Estado primero, y yo después, hemos apelado al Senado como el único capaz de dar solución a dificultades que se crean en su seno, se ha hablado de violencias, de atropellos, de golpes de estado, y como consecuencia de esto, de retiradas, de retraimientos y hasta de apelaciones al pueblo.

¿A dónde vamos a parar por este camino? ¿Qué quieren SS. SS., y a dónde van por esos peligrosos derroteros? Yo no quiero, Sres. Senadores, profundizar en este asunto, me basta con protestar. El Gobierno desea la benevolencia de todos los Gobiernos extranjeros porque facilita la marcha de los Gobiernos españoles, e impide en lo porvenir muchas complicaciones, pero yo protesto contra la benevolencia ninguna de ningún Gobierno extranjero que influya en la marcha y sobre todo en la estabilidad de los Gobiernos de este país. (Muy bien, muy bien, en la mayoría.)

Pero repito que no quiero discutir sobre este tema, que me parece bastante grave, y siento haberlo oído de labios del Sr. Duque de Tetuán. No; el Gobierno está aquí y aquí perseverará, por la sola voluntad de las Cortes y la confianza de la Corona, que no necesita ni más ni menos para continuar en este puesto.

Quedamos la otra tarde en que la Comisión de tratados podía perfectamente haber dado su dictamen sin necesidad de información ninguna; quedamos en que la información era de todo punto innecesaria, pero si no bastaran las razones que di para demostrarlo, lo demostraría evidentemente la conducta del partido conservador en el poder. ¿En qué información se fundó el Gobierno conservador para hacer los cuatro tratados que nosotros aceptamos (porque los compromisos contraídos por un Gobierno español los consideramos nosotros como tales), y que hemos presentado a estas mismas Cortes para su aprobación, sin necesidad de esos requisitos y formalidades que necesitan ahora los conservadores para admitir los tratados hechos por el partido liberal? ¿En qué información se fundó el Gobierno conservador para hacer esos cuatro tratados y empezar el de Alemania no necesitó el Gobierno conservador nuevas informaciones, creyendo que tenía bastantes datos, suficientes noticias para ello, ¿cómo han de ser necesarias ahora para los tratados con Alemania, Austria e Italia nuevas informaciones? ¿Las necesitaron SS. SS. para esos tratados?

Pero es más: ¡Si el partido conservador ha dado poca importancia a esas informaciones!

¡Pues ni siquiera se fundó en información ninguna, aunque estaba hecha por prescripción de la ley, para establecer el régimen arancelario que nos rige! [2913]

Las Cortes liberales autorizaron al Gobierno para variar la legislación arancelaria con ciertas condiciones, una de ellas la de una información previa. El Gobierno liberal, usando de esa autorización, combatida por cierto de una manera extremada por los conservadores, se ocupaba en ese trabajo cunado el partido conservador vino al poder, y el partido conservador utilizó esa autorización sin acudir a las Cortes, siendo así que se había opuesto a que las Cortes concedieran la autorización a los liberales diciendo que esas modificaciones arancelarias sólo las Cortes debían hacerlas, y además para nada hizo caso de la información abierta, a  pesar de estar preceptuada por la ley y ser condición sine qua non de la autorización por las Cortes concedida, y dio el decreto de principios de Diciembre de 1891, en el cual variaba toda la legislación arancelaria vigente y modificaba las tarifas para algunos importantes artículos, y después, a últimos de Diciembre del mismo año, estableció su régimen arancelario, que es el vigente, sin hacer caso de la información hecha ni de las propuestas de la Comisión informadora.

De manera que los conservadores, tan escrupulosos ahora por falta de información, cuando las tienen no hacen caso de ellas.

Pero, además, ¿por qué los conservadores han concluido tratados sin necesidad de información, y ahora para éste la juzgan indispensable? Porque es bueno que se sepa y sobre todo que lo sepan los enemigos de los tratados, que los conservadores no han hecho más que cuatro tratados porque no tuvieron tiempo para más, pero en camino de hacerlos todos estaban. Habían empezado las negociaciones con el Gobierno alemán, y en mayor o menor escala habían iniciado negociaciones con todos los Gobiernos de Europa. ¿Cómo los hubieran hecho? Claro es que el partido conservador tiene la arrogancia de decir que los tratados que él hace son buenos y que los que hacemos nosotros son malos; pero conste que el sistema de tratados es el mismo en el partido liberal que en el conservador, que ambos quieren los tratados, y que el partido conservador se afana más por hacerlos porque después de establecer un régimen arancelario se asustó de las consecuencias que pudiera traer, y a la verdad no es un régimen racional.

El partido conservador estableció un régimen arancelario para tratar, creyendo que así las Potencias extranjeras se verían en la necesidad de tratar con el Gobierno español; es decir, que ese arancel que ahora defienden algunos como el statu quo arancelario, lo propuso el Gobierno conservador sólo para tratar, y para tratar lo mismo que trataban los liberales, con la misma base que servía a los liberales para tratar.

De esta manera, el sistema arancelario actual tiene dos columnas: primera columna, allá por las nubes; segunda columna, un poco menos perjudicial. Pero para tratar se ha reservado el Gobierno conservador el derecho de poder conceder tarifas inferiores a la mínima del arancel, siempre que las Potencias extranjeras le den ventajas proporcionadas en busca de la reciprocidad, pero siempre bajo la columna segunda del arancel.

Pues eso, ni más ni menos, es lo que ha hecho el Gobierno liberal, lo que hicisteis vosotros en los tratados que habéis presentado, lo que estabais dispuestos a hacer con todos los tratados.

De modo que resulta que no hay motivo ninguno para que la Comisión haya hecho ni haga lo que hace; porque, después de todo, Sres. Senadores, la Comisión está convencida de que los tratados presentados por el Gobierno son ruinosos, la Comisión está convencida de que la información últimamente realizada por ella es soberbia e ilustra perfectamente a la Comisión, la Comisión está convencida de todo, menos de una cosa: de que debe dar dictamen.

Pero dice la Comisión: es que los tratados son tan malos, que es imposible aprobarlos. Enhorabuena; convenza al Senado de esto, y tengo la seguridad de que esta Cámara los desechará. Siendo tan malos, la tarea no será nada difícil; pero porque un proyecto de ley no parezca bien a algunos, y los tratados de comercio no parecen bien jamás a todos, poner dificultades para su discusión, hacer el obstruccionismo que resulta de la conducta de la Comisión, ¡ah! Eso es verdaderamente anárquico, eso hace imposible la confección de leyes, eso imposibilitaría de todo punto la estipulación de tratados con ninguna Nación; y no estamos para quedarnos aislados en el mundo, no podemos vivir divorciados de los demás pueblos sin que suframos consecuencias de las cuales yo quiero que el Senado se separe, y quiero separar también al Gobierno.

¿Qué son malos? Pues vamos a discutirlos, porque de esa manera, si los desecháis, las Naciones extranjeras nada tendrán que decir, puesto que les manifestaremos las razones que tenemos para ello, pero responder a lo que han hecho sus Gobiernos y sus Parlamentos con el silencio con la indiferencia con el desvío, ¡ah! Eso es una falta de cortesía y de consideración, de la cual quiero yo separar al Senado, quiero separar al Gobierno español, incapaz de tratar a los demás Gobiernos y a los demás pueblos de la manera que quiere tratarles la Comisión. (Muy bien, muy bien.)

Que los tratados son malos, que en ellos hemos olvidado los intereses nacionales, que vamos a traer la ruina del país. Son los mismos argumentos que he oído siempre contra todo tratado.

Pero en fin, los tratados anteriores se han discutido porque después de todo, al Sr. Durán y Bas, por ejemplo, no le gusta ningún tratado, y si S. S., que ha combatido este tratado con los mismos argumentos y con las mismas armas con que combatía los tratados anteriores, hubiera podido seguir el procedimiento que ahora sigue, es evidente que no hubiéramos podido tener tratados con ningún país del mundo y hubiéramos permanecido aislados, como el águila en la roca, sin relaciones comerciales de ningún género, dando lugar a que se entibien de esa manera nuestras relaciones políticas internacionales. Y en estos tiempos, la Nación más poderosa no puede marchar sola para ninguna empresa, y mucho menos pueden marchar solos los países que, por desdichas y por desgracias como las que nosotros hemos experimentado, no están en la situación en que se encuentran las Naciones poderosas de Europa.

Los mismos presagios se han hecho respecto de todos los tratados anteriores. El mismo Sr. Durán y Bas, con esa palabra tan tranquila, con ese razonamiento tan convincente, ¿qué presagios no nos ha hecho aquí para los tratados anteriores? Y todavía se hicieron presagios más lúgubres, porque yo he tenido la honra de recordar en el otro Cuerpo Colegis -[2914] lador que hasta los catalanes hicieron venir aquí al ilustre Prelado de Barcelona. Convencido de los males que habían de traer los tratados, naturalmente, más por humanidad que por cuestiones mercantiles, aquel ilustre Prelado vino al Senado, y con las lágrimas en los ojos nos pintaba la desgracia que iba a pesar sobre Cataluña, la desgracia que iba a pesar sobre la floreciente Barcelona, y nos describía aquellas calles tristes, sólo concurridas por mujeres escuálidas, llevando en los brazos niños muertos o casi muertos por no poderlos alimentar. Sin embargo, nada de eso pasó; los tratados se aprobaron y las calles de Barcelona estuvieron más concurridas que nunca, y ningún obrero murió en las aceras, y no se ha visto a mujeres escuálidas que llevasen en los brazos niños muertos o exánimes ya, a punto de morir, y la fabricación de Barcelona ha adelantado de entonces acá lo que no había adelantado en muchos años anteriores, y ha trabajado y trabaja más que nunca, y los productos de la fabricación de Barcelona son mayores que lo han sido jamás.

Pues bien, Sres. Senadores, bajo el punto de vista protector, los tratados presentados por el Gobierno son mejores que los tratados anteriores, de los cuales se hicieron tan lúgubres presagios, y si aquéllos en vez de producir la ruina y la muerte, han producido bienandanza, y la industria ha podido marchar y el comercio ha podido vivir, mejor podrán marchar y vivir con los tratados presentados por el Gobierno, que, bajo el punto de vista protector, son, repito, mejores que eran aquéllos.

Pero concretándome el tratado de Alemania, que parece ser el caballo de batalla, yo pregunto: pues qué, ¿no hemos tenido tratados con Alemania? Y, aparte de los alcoholes, el tratado mismo que hemos tenido con Alemania, que no era bueno, ¿qué males ha producido? Al contrario; ha producido ventajas, porque ha sido la base de corrientes comerciales que antes no existían con aquel país, habiéndose desarrollado aquí industrias y riquezas que antes no existían por las nuevas corrientes establecidas en virtud de ese tratado.

Ahora bien; el tratado anterior, Sres. Senadores, abría de par en par las puertas de nuestra Patria a los alcoholes alemanes, lo cual no sólo perjudicaba grandemente a una de nuestras producciones, quizá la primera, y a una de nuestras primeras industrias, sino que era un inminente peligro para la salud pública. Pues ese inconveniente, que era el que tenía el tratado alemán anterior, se ha hecho desaparecer a costa de mucho trabajo, porque Alemania prefería, ante todo y sobre todo, la entrada en España de sus alcoholes, como nosotros preferimos, ante todo y sobre todo, la salida de nuestros vinos a las Naciones extranjeras, y sin embargo, por el tratado que está sometido a vuestra deliberación, mejor dicho, al examen de la Comisión (Risas), no puede entrar un hectolitro de alcohol; ha desaparecido, por tanto, ese gran inconveniente que tenía el tratado anterior, a pesar del cual hemos podido vivir. ¿Qué razón hay, pues, para hacer a los tratados, y sobre todo al de Alemania, la oposición ruda que se hace, llegando hasta el obstruccionismo? Porque, no lo dudéis, señores Senadores, la Comisión dará todas las explicaciones que quiera, razonará cuanto le parezca su conducta, pero la verdad es, Sres. Senadores, que después de tanto tiempo, después que se ha dejado pasar un plazo importante que ha sido causa de la ruptura de nuestras relaciones comerciales con Alemania, ahora salimos, al cabo de dos meses y medio, con que es probable que dé dictamen; es decir, que todavía se duda que el dictamen se dé. ¿Cuándo se va a dar? Porque en proyectos de ley de fecha fija, claro está que si no se dan para la fecha que el mismo proyecto determina, es lo mismo que si no se dieran. ¿Cuándo se va a dar? Yo no lo sé, porque todavía no lo sabe la Comisión, pero así como dejaron transcurrir un plazo importantísimo, pasado el cual, están sufriendo grandes perjuicios mucho de nuestros valiosos intereses, si dejáis pasar el otro plazo, ya no será eficaz el dictamen de la Comisión.

De esto se apelaba al Senado, porque yo no tengo otro medio de resolver esta dificultad, ni existe otro medio. Yo considero el dictamen sometido al informe de la Comisión, tan importante como el de presupuestos; porque el uno, los presupuestos, son necesarios para la vida interior del país y para que el Gobierno pueda marchar; pero los tratados ya convenidos con Gobiernos extranjeros, son convenios para la vida normal, para la marcha normal del Gobierno español con los de las demás Naciones.

Pero en fin, puesto que algunos no dan esa importancia que doy yo a los tratados de comercio, lo mismo que la Comisión con dichos tratados, podía hacer con los presupuestos; podía creer que una partida de los presupuestos era ruinosa para el país; podía creer que un impuesto embarazaba de tal manera al contribuyente, que su conciencia impedía el dar su aprobación. Pues bien; se presenta el proyecto de presupuestos, va a una Comisión y ésta no da dictamen. ¿Qué medio queda al Senado?¿Qué hace el Gobierno? Hay que buscar una solución; esta solución la tiene la Comisión en su mano. ¿Qué hace? Conste que la Comisión al no emitir dictamen establece una máquina de obstruccionismo nueva, pero máquina que mañana puede volverse contra el partido conservador, no porque el partido conservador forme parte de la Comisión, claro está, pero porque consienta a sus individuos, ya que no los induzca, a proceder de la manera que proceden.

Pero no sólo hay en la conducta de la mayoría de la Comisión desconsideración, falta de correspondencia, desvío hacia las Naciones extranjeras, sino que hay además una falta de respeto al Senado, porque el Senado la eligió para que dictaminara, y, en mi opinión, no tiene derecho una Comisión para no dar dictamen, para no cumplir el encargo que el Senado la dio y ella aceptó, o para tomarse un tiempo indefinido para cumplirlo. En este sentido, y por esta razón, el Sr. Ministro de Estado, cuando ha tenido la honra de dirigir la palabra a esta Cámara, como yo en este momento, apelamos al Senado como medio de resolver esta dificultad. Claro está que el Senado no tiene medios coercitivos (yo no tengo necesidad de decirlo) basta sólo con que se sepa la Corporación que es, hasta sólo con el nombre de Senado para creer que no ha de proceder de una manera arbitraria, pero el Senado puede recomendar a la Comisión que cumpla con su deber, que desempeñe el encargo que le ha dado; el Senado puede tomar otras resoluciones que aconsejen a la Comisión, ya que no la obliguen (si la Comisión cree que no está obligada) a que cumpla con el encargo que recibiera de la Cámara. [2915]

Hay también falta de respeto al Senado, porque, después de todo, las minorías tienen su derecho, pero la última palabra en las discusiones y en los asuntos parlamentarios corresponde siempre a las mayorías.

El equilibrio en el sistema constitucional representativo consiste en armonizar los derechos de las minorías con los derechos de las mayorías. Si la mayoría, abusando de su número o de su fuerza, ahogara el derecho de las minorías, se perdería el equilibrio, se perturbaría el régimen representativo, y este régimen estaría muerto. Pero también se pierde el equilibrio y se perturba el régimen representativo sí las minorías, abusando de su derecho, impiden a las mayorías hacer uso del suyo e impiden que éstas resuelvan y gobiernen, que son al fin las que gobiernan y resuelven, ayudadas por las minorías y por las oposiciones.

Pues bien, la Comisión está impidiendo este equilibrio, esta armonía entre los derechos de las minorías y el derecho de las mayorías, porque está sustrayendo del conocimiento del Senado un asunto que, en último resultado, corresponde resolver a esta Cámara, acordando en este punto la mayoría lo que tenga por conveniente. Y aquí, en este asunto, y ¿por qué no he de decirlo? en otros muchos, no parece que es la mayoría la que gobierna, sino la minoría. Se entra en la orden del día cuando la minoría conservadora quiere, se prorroga o no la sesión si gusta a la minoría conservadora (Rumores en la minoría. Muestras de aprobación en la mayoría) y hay momentos en que lleváis la arrogancia hasta el punto de que parecéis los dueños absolutos, los soberanos hasta de esta casa (Nuevos rumores en la minoría. Muy bien, muy bien, en la mayoría) y consideráis a los individuos de la mayoría como si fueran huéspedes incómodos a quienes por favor, por gran favor, se les admite. ( Muy bien, muy bien, en la mayoría. Aplausos. Rumores en la minoría.)

¿Y sabéis por qué ha pasado esto? Porque al ver a la minoría conservadora apoderada de la marcha de la Comisión de tratados, cosa que a mí no me preocupó ni mucho ni poco cuando lo vi, porque no podía esperar que los que se llaman conservadores, ni nadie, ni aun los partidos más extremos, hicieran lo que ha hecho la Comisión, pero mucho menos podía esperarlo de los que se llaman conservadores, no me preocupó, repito, ni poco ni mucho el que entraran en la Comisión tres individuos del partido conservador; al contrario, yo dije a mis compañeros: ?No me pesa, porque de esa manera se discutirán, habrá alguna más oposición, pero saldrán con más autoridad los tratados?, porque no me figuré sino que discutiríais mucho, como nosotros hemos discutido en otras ocasiones vuestros tratados. Pero que habíais de llegar al extremo a que habéis llegado, ¿cómo me lo había yo de figurar, si eso no se lo había figurado nadie? Cuando vi la actitud que tomaba la minoría, cuando me encontré con que cualquiera observación que se hacía a sus individuos les ponía nerviosos y acentuaban más su actitud, su oposición, yo dije: ?vamos a apelar a todos los medios, para ver si el partido conservador vuelve en sí, y vamos a apelar a la paciencia; no incomodarles, no molestarles, dejadles que den dictamen cuando quieran o cuando puedan, pero no inquietarlos para nada.? Por eso he tenido tanta paciencia, y por eso la he inculcado en mis amigos, recomendándosela vivamente a los individuos de la mayoría, lo cual mis amigos, recomendándosela vivamente a los individuos de la mayoría, lo cual me ha valido contrariedades y hasta disgustos.

El Sr. Duque de Tetuán me preguntaba anteayer por qué algunos individuos de la mayoría no estaban contentos de mí; ¿sabe S. S. por qué no lo estaban? Pues porque les aconsejaba la paciencia que a mí me inspiraba el patriotismo, creyendo que de esta manera podríamos conciliar y conseguir las aspiraciones de todos, sin necesidad de apelar a otros recursos que pudieran parecer más o menos violentos. (Muy bien, muy bien, en la mayoría.)

Pero al ver que ya la paciencia no bastaba, y al considerar que esa paciencia iba más allá de los límites debidos y se convertía en humillación, ¡ah!, no, no; hasta la humillación no voy, ni quiero que vaya la mayoría. La minoría, que cumpla con su deber, que ocupe su puesto, que haga uso de su derecho, está bien; ése es deber primordial de las minorías en el sistema que nos rige; pero que la mayoría haga uso también de su derecho. Yo no aconsejaré a la mayoría, que haga uso de su número y de su fuerza, no; pero la aconsejaré que no se deje ahogar por las minorías. En último resultado, se consigue lo que es propio del régimen constitucional representativo, que es que las minorías discutan y que la mayoría resuelva.

Y ahora me viene como anillo al dedo la respuesta que he de dar a una pregunta que en una de sus rectificaciones me hizo mi amigo el Sr. Chávarri, a quien no tengo el gusto de ver hoy en la Cámara, y lo siento.

Preguntaba el Sr. Chávarri al Senado, y me preguntaba a mí también, si los proteccionistas podían seguir dentro del partido liberal defendiendo sus ideas económicas. Pues yo contesto al Sr. Chávarri de una manera terminante: sí, porque en el partido liberal hay muchos proteccionistas, y en calidad de proteccionistas apoyan y aceptan los tratados presentados por el Gobierno, aunque hay también en la mayoría liberales, algunos, muchos, que no siendo proteccionistas, apoyan y defienden los tratados como consecuencia de un régimen legal establecido, que aceptan mientras no se varíe legalmente. De manera, que el Sr. Chávarri puede seguir sosteniendo sus ideas económicas como lo juzgue conveniente. No se trata aquí, pues, de sus opiniones económicas, de lo que se trata es de su conducta.

Protección, libre cambio. ¿Es que estamos ahora resolviendo problemas? ¿Es que se le ha ocurrido a nadie que el régimen de los tratados sea un régimen de libre cambio?

No; no se trata de la protección ni del libre cambio, repito, El Sr. Chávarri puede, pues, defender sus ideas económicas como lo tenga por conveniente, como su conciencia le dicte, dentro del partido liberal, pero lo que no puede hacer el Sr. Chávarri, ni ninguno que se llame liberal, es ayudar a los partidos contrarios a dificultar la marcha del Gobierno del Estado; lo que no puede hacer el Sr. Chávarri, ni ninguno que se llame liberal, es dejarse manejar por los adversarios como instrumento contra sus mismos amigos; lo que no puede hacer el Sr. Chavarri, ni ninguno que se llame liberal, es dejarse convertir en ariete para que los adversarios del partido liberal dirijan a éste sus más certeros golpes. [2916]

Eso no; porque, para los que hagan eso, no hay necesidad de excomuniones; ellos se van, ellos se retiran del partido, y se retiran como los parthos, disparando flechas envenenadas, pero a sus propios amigos. (Grandes aplausos en la mayoría.)

No se trata hoy, Sres. Senadores, como he dicho antes, ni de protección ni de libre cambio; se trata de si las minorías han de continuar, como hasta aquí, imponiéndose a las mayorías; se trata de determinar los deberes de una Comisión y los derechos del Senado en los asuntos que éste a aquélla le ha encomendado; se trata de que el Senado dé un mentís, en la buena acepción de la palabra, al partido conservador, o por lo menos al Sr. Duque de Tetuán, que dice que éste no es un Gobierno parlamentario porque le falta la mayoría del Senado; se trata de que el Senado diga, y lo diga muy alto para que lo oiga la Corona, a fin de que no se diga que ocultamos la verdad a la Corona, que el Senado está con el Gobierno, y que éste no es un Gobierno parlamentario porque le falta la mayoría del Senado; se trata de que el Senado diga, y lo diga muy alto para que lo oiga la Corona, a fin de que no se diga que ocultamos la verdad a la Corona, que el Senado está con el Gobierno y que éste es un Gobierno parlamentario que tiene todo lo que un Gobierno parlamentario necesita: la confianza de la Corona y la voluntad de las Cortes. (Grandes aplausos en la mayoría. El Señor Durán y Bas pronuncia palabras que no se oyen. ? El Sr. Vázquez Queipo: Aplaudo todo lo que quiero y pueda.)

Pues bien, Sres. Senadores en este concepto no caben dudas ni vacilaciones; cada cual debe ponerse en su sitio, cada cual cumplir con su deber; los liberales con el partido liberal, los conservadores con el partido conservador. (Muy bien, muy bien, en la mayoría.)

Y concluyo pidiendo al partido conservador que no insista en su peligrosa actitud, no por el Gobierno, sino por intereses que son más altos y más permanentes que el Gobierno; y al Senado que adopte aquellas resoluciones que, salvando siempre la dignidad de la Nación y la formalidad del pueblo español hacia los demás pueblos de Europa y del mundo, impidan los grandes daños que el aislamiento mercantil pueda traer para los intereses del trabajo y de la producción nacionales, que todos por igual estamos obligados a defender y a fomentar. He dicho. (Muy bien, muy bien. Grandes y prolongadísimos aplausos.)



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